Una tarde, el caballo Tamboril viajaba rumbo a su nuevo hogar.Andrés y Maite Vegas acababan de comprarlo y lo llevaban a los establos que tenían en Cañameras.
La caja en que iba encerrado empezó a balancearse peligrosamente y Andrés tuvo que detenerse al borde del camino..Cuando abrió la puerta para tranquilizarlo, Tamboril dio un salto y salió al galope, perdiéndose en la oscuridad.
Maite quiso ir tras él, pero Andrés le dijo:
-No podremos encontrarlo ahora. Volveremos mañana.
Se fueron y dejaron al caballo perdido en la noche.
Al principio. Tamboril sólo pensaba en huir lo más lejos posible de la caja, y corrió como un rayo por la carretera. Luego aflojó el paso y empezó a trotar. Se sentía solo, tenía miedo y echaba de menos el establo caliente. Buscó refugio junto a un seto y se echó a dormir.
Aún estaba allí cuando Pepe Heredia pasó rumbo a la escuela al día siguiente. Pepe era un gitanillo que tenía el cabello negro y rizado y unos ojos negros muy brillantes. Lo que más le gustaba en el mundo eran los caballos. Su padre ya no se dedicaba a criarlos, pero Pepe llevaba en la sangre un gran amor por estos animales.
-Quieto, quieto -susurró, acariciando a Tamboril- Vamos a ser buenos amigos.
El caballito sintió que estaba a salvo con el niño. Pero tenía mucho frío.
-Pobrecito -dijo Pepe- Será mejor que te lleve a casa, a ver a la abuela.
Y echó a andar, llevándose a Tamboril con él.
El campamento gitano se encontraba muy cerca de la carretera principal. Estaba lleno de coches y camiones en mal estado, y entre ellos sobresalía, como una flor brillante, un carro de madera pintada. Pepe se acercó a la puerta y la golpeó con los nudillos. Abrió su abuela.
-¿Qué traes ahí? -preguntó, al ver al caballo.
-Lo encontré junto al camino. Tiene mucho frío y se me ocurrió que tú podías ayudarlo.
Ella volvió a entrar en el carro y regresó con una botella de medicina que olía rematadamente mal.
-Es una receta mía.
Le dio un poco al animal, que sintió como un fuego le calentaba las entrañas, y lo hizo acostarse en un montón de trapos, cubriéndolo con mantas viejas.
-No tardará mucho en sentirse bien -dijo la vieja gitana.
Pepe se sentó junto a Tamboril para ver cómo se recuperaba.
Mientras lo acariciaba, apareció su padre.
-¿Qué hace aquí este caballo? -gritó- Llévatelo en seguida. Sabes muy bien que está prohibido robar caballos.
-No lo robé, lo encontré en el camino.
-Si es así, deberías llevarlo a la comisaría. Los policías sabrán qué -Ya puedes olvidarte de eso -le recomendó su padre-. Aquí no hay sitio para caballos.
Tras decirle esto, se marchó.
-¡Pepe! -gritó su abuela desde la puerta del carro-. ¡Ven aquí! Tengo que enseñarte una cosa.
Sacó un paquete de un viejo baúl y, desenvolviéndolo lentamente, le mostró la brida más bonita que jamás había visto.
-Era de tu bisabuelo, de mi padre -le explicó-. Tenía cuarenta caballos, y esta brida era la de su preferido. Cuídala bien, ¿me oyes? Trátala como se merece y te traerá suerte.
Pepe estaba tan emocionado que no sabía cómo darle las gracias. Salió y le colocó la brida a Tamboril.
-¡Vaya, te va perfecta! -suspiró-. Pero esta tarde ya no estarás conmigo...
Tamboril se dio cuenta de que había llegado el momento de marcharse. Se puso en pie, Pepe lo montó y se alejaron del campamento a medio galope. Con el gitanillo montado en su lomo, Tamboril estaba dispuesto a ir a cualquier parte.
Había un atajo que atravesaba los campos de brezos, en dirección a la comisaría. Tamboril se animó y comenzó a galopar. Pepe pesaba menos que una pluma. Monte arriba, se dirigieron hacia un muro de piedras muy bajo. A Tamboril le encantaba saltar; acortó el paso y se dispuso a pasar sobre el muro.
-¡Arriba! -gritó Pepe.
Al otro lado del muro había una cantera inundada. Tamboril se asustó. Al caer, el suelo cedió bajo sus patas y comenzó a resbalar hacia el agua. Pepe pudo saltar, pero Tamboril cayó al agua fangosa con gran estrépito.
"¡Seguro que se ahogará!", pensó. "¡El agua es tan profunda!"
Pero Tamboril logró llegar a una roca que había en la orilla.
Pepe se arrastró por el borde de la cantera hasta poder agarrar la brida de Tamboril.
-Calma, calma, pequeño -susurro-Quédate quieto. Todo va bien. Pronto vendrán a ayudarnos.
Se equivocaba. Nadie los ayudó. Estuvo allí sentado durante muchas horas, sosteniendo la cabeza del caballito. Pepe gritó y gritó, hasta perder la voz, pero nadie oyó sus llamadas de auxilio.
Comenzaba a hacerse de noche cuando oyó ladrar a un perro y vio en la lejanía a un labrador que, seguramente, era su dueño.
El perro se acercó corriendo.
-Busca a tu amo. ¡Busca, busca! -le suplicó Pepe. En seguida comprendió la tragedia y con ladridos lastimeros llamó al labrador, que se acercó presuroso.
-Te sacaremos de ahí, ten confianza -gritó el hombre.
A la media hora vieron un helicóptero sobre sus cabezas. Primero bajaron a un tripulante con unas cuerdas especiales; Pepe le ayudó a sujetar a Tamboril con ellas.
El asombrado caballo no podía comprender qué sucedía. Intentó no perder de vista a su amiguito. ¿Iban a llevárselo a él, abandonando allí a Pepe? Subió y subió, hasta que lo dejaron a buena distancia de la cantera. Pepe no esperó al helicóptero, sino que se apresuró a escalar la cantera para asegurarse de que Tamboril estaba a salvo.
Una vez en casa del labrador, Pepe tomó una taza de leche con galletas y Tamboril una deliciosa masa de salvado.
La policía, y Andrés y Maite Vegas, tras buscar al caballo afanosamente, lo encontraron sano y salvo allí.
-Lo llevaba a la comisaría cuando nos caímos en la cantera -les contó Pepe.
-Se llama Tamboril -explicó
Maite- Ven a verle cuando quieras. Así pues, Pepe se pasó todos los fines de semana y las vacaciones trabajando en los establos de Cañameras. Muchos chicos montaban Tamboril, pero sólo llevaba la brida gitana cuando lo montaba Pepe.